Midori me llama Mauro.
Ella es la mujer de Makino, el dueño de la tintorería. Pero Makino no es tintorero. Makino plancha. Un hermano de Makino, no sé dónde, limpia la ropa, y Makino plancha en la aparente tintorería la ropa que su hermano limpia, no sé donde. Por eso Makino siempre esta planchando, de espaldas a la puerta, y mira por un espejo cuando alguien entra y las campanitas, que cuelgan en lo alto de la puerta, suenan. Midori pone en bolsas la ropa que plancha su marido y se las entrega a los clientes. Midori y Makino no son japoneses. En rigor, son rosarinos. Pero parecen japoneses. Por eso, quizás, también, parecen tintoreros. Son cosas que pasan.
Mauro, de esta manera, es el nombre que poco a poco me queda. Mauro, me dicen, ahora, algunos vecinos, una parte del mundo. Otra parte del mundo no me dice mauro. Es la parte del mundo que piensa o cree que yo soy un escritor. Por lo demás, Makino se llama Makino Roca. El apellido suena como un desliz. Uno puede pensar sin pensarlo, por ejemplo, en General Roca, provincia de Río Negro, o, en la campaña del desierto, o, en la mezquita de Jerusalén, punto desde el cual Mahoma se fue al cielo. Se puede pensar también en un arquero, Roca, Roquita, que haya tenido Chaco For Ever, o en un probable volante ofensivo de desamparados de San Juan. Pero uno no puede pensar en un japonés, Roca.
Juan Martini (Fragmento)
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