viernes, 27 de noviembre de 2009
Yo fumo (algo de mi relación con el tabaco)
Hace unos meses leí "Vagón fumador", una compilación de Mariano Blatt y Damián Ríos. Hay de todo un poco, siempre está bueno leer a Mario Bellatin, me gustaron mucho Inés Acevedo (La comadreja bebé) y Sol Prieto (Stainbarguer), a ninguna de las dos las tenía de antes, pero el que por lejos me pareció soberbio fue Suplicantes, de María Moreno, un patetismos encantador.Mucho antes de esta "Antología de relatos sobre el tabaco", en 2002, yo había escrito algo concerniente, no sé bien qué género será, supongo que movilizado por los mismos estímulos de esta gente que aparece en "Vagón fumador", y que por ahí los resume Hebe Uhart, quien termina su relato con una frase de un escritor peruano, Julio Ramón Ribeyro: "Yo no sé si fumo para escribir o escribo para fumar".
Lo mío es lo que sigue:
Dicen que cada cigarrillo acorta la vida en quince minutos.Admitiré que tal aseveración responde al cálculo biomatemático del algún iluminado. No obstante, debo señalar que siendo así, el resultado arrojado probablemente no haya sido quince minutos justos, sino una cifra con decimales redondeada a quince. La precisión en el cálculo, resulta entonces motivo de objeción. Si se tratasen por ejemplo de quince con veintisiete segundos, al cabo de una equis cantidad de cigarrillos, la estimación de sobreviviencia al tabaco estaría menospreciando a uno cada tanto, y en consecuencia pronosticaría el deceso un incierto tiempo después de lo que realmente ocurrirá. Y siguiendo el mismo razonamiento, si por el contrario la cifra fuese catorce con cincuenta segundos o cuarenta y tres, tres, tres, tres, —no olvidar a las probables fracciones periódicas— el error causaría armar el velorio antes de tiempo.La primera conclusión es que mezclar las matemáticas con el vicio no es buena política ¿Cómo se deberían contabilizar aquellos cigarrillos que se tiran antes de terminar de fumarlos, porque por ejemplo viene el colectivo? Todo un inconveniente, ya que no hay una norma para el inoportunismo del ómnibus, pues a veces llega inmediatamente después de encender el cigarrillo y, en otras más benévolas, lo hace cuando sólo quedan por dar un par de pitadas. Rigurosamente, se podría acotar el error de estas circunstancias, con una regla de tres simple que relacione los quince minutos con la diferencia entre longitud total y longitud remanente del cigarrillo abandonado. Más esta tarea exigiría del fumador, la inexcusable obligación de llevar junto al atado y el encendedor, un centímetro, una calculadora, una libretita y un lápiz.La reflexión acerca de la longitud de cigarrillo efectivamente fumada, nos lleva a otro factor de incertidumbre, puesto que la longitud total no es un factor constante, sino una variable que depende de las marcas y sus diversas presentaciones. La cuestión de los quince minutos, presenta entonces el claro déficit de no mencionar cuál es la longitud patrón y no incluir una tabla de conversión según las distintas longitudes posibles.Otros elementos variables no mensurados, se hallan representados por la frecuencia y magnitud de succión, elementos que obviamente deberían ponderar la longitud efectiva y, por ende, el tiempo unitario del acortamiento de vida. No existen datos de que hayan sido establecidos los respectivos coeficientes de ponderación. Quizás hayan sido soslayados a causa de la imposibilidad de contemplar la enorme dispersión que presenta la amplia gama de sistemas nerviosos de los fumadores. O tal vez haya incidido la dificultad de asignar con base cierta, los coeficientes correspondientes a los extremos, representados por el ansioso que pita como un escuerzo y el plácido que lo hace como si todos sus cigarrillos fuesen los del post-coito. Asimismo, cabe señalar que este coeficiente tampoco debería ser único e invariante para cada espécimen, pues el más elemental sentido común indica que si bien cada fumador responde a un patrón prevalente de succión, este comportamiento varía según el momento y la situación. Innegablemente, no es lo mismo fumarse uno con el jefe reclamando un trabajo atrasado, que hacerlo tirado panza arriba en una playa. No es lo mismo saliendo del cajero automático con el sueldo en el bolsillo, que unas horas después de haber pagado el alquiler, las expensas, los servicios, la tarjeta y el colegio de los chicos. No es lo mismo con una ninfa pidiendo el favor de una tregua, que preguntando si eso es todo. Huelga agregar ejemplos.Y es más, hilando fino, los que podríamos llamar coeficientes personales de ponderación, deberían a la vez afectarse de sub-coeficientes de calidad, que en los eventos aludidos genéricamente, deberían contemplar por caso, si la demora en terminar el trabajo reclamado es de un día, una semana o un mes, o si la playa está a ocho cuadras de una tapera que nos prestaron en Las Toninas o en el área privada del Mediterraneé de Itaparica. La variable indirecta para medir estos factores laterales de influencia, podría ser la presión arterial, aunque exigiría al fumador sumar un tensiómetro portátil al centímetro y la calculadora. Y, francamente, no parece adecuado andar midiéndose la presión frente a, por ejemplo, la amante desnuda desparramada en la cama. Además, para cuando se prenda el cigarrillo la medición ya podría estar distorsionada a causa del efecto causado por la mujer llamando al manicomio.Por otro lado, cualquiera se da cuenta de que no es lo mismo el efecto del trigésimo cigarrillo del día que alguno de los primeros. De modo que es erróneo asignar una medida constante para todo cigarrillo que se fume, en forma independiente de las condiciones precedentes al evento, es decir de la cantidad (n-1) disfrutada con anterioridad a su ocurrencia. Así que haría falta afectar los quince minutos de otro guarismo corrector, que sea función por ejemplo, de algún factorial o polinomio en grado (n-1). Como estas fórmulas revisten mayor complejidad, una calculadora resultaría insuficiente y el fumador debería sumar una laptop —o al menos una palmtop— a su equipo de medición y pronóstico.Lo cual nos lleva a pensar que andar por la calle teniendo que cargar un centímetro, una calculadora, un tensiómetro y una palmtop, generaría un stress adicional que indudablemente configuraría una nueva fuente de distorsión. Aunque tal vez causara una paradoja, sobre aquellos individuos que prefieran fumar menos, antes de tener que sacar a cada rato tanto aparataje y ponerse a hacer cuentas y mediciones. En fin, para calcular mal mejor no calculen nada.De todas maneras, por más que el cálculo fuese certero, todavía no me he referido a lo principal ¿De qué quince minutos estamos hablando? Uno podría asumir, que el tiempo quitado por la cadena de quince minutos por cigarrillo, está lleno de opíparas comidas, alegres fiestas familiares, viajes soñados, magníficas funciones de cine, música y teatro, apacibles caminatas bajo el sol del parque e inclusive partidos de tenis y algún que otro escarceo amoroso. Uno podría asumirlo, siempre y cuando no contemple la posibilidad de que cada cigarrillo nos libere en realidad, de quince minutos en el geriátrico donde nos depositaron los hijos, en la ventana mirando pasar la vida desde una silla de ruedas, en las manos de una enfermera malhumorada cambiándonos los pañales o en la interminable añoranza de los años en que al menos, nos podíamos fumar un cigarrillo.
Emilio Bertero
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